lunes, 23 de junio de 2008

He perdido el destinatario

Querido desconocido, llámese X:

Quiero que sepa que le escribo esta carta con la sutil intención de librarme de los pensamientos que me persiguen últimamente, porque se alían con el calor y no me permiten dormir cuando cae la noche. Dicho esto, me remito a los hechos y, sin más dilación, pongo la pluma en el tintero. Le haría el amor con todas y cada una de las palabras que me gustaría poder inventar. Hasta que nos doliese no habernos amado antes con la misma intensidad. Tengo planes serios sobre atarle a mí con los cables de la vieja televisión sin color del salón, ¿la recuerda? ¡Diablos! No puede usted recordar algo que, sencillamente, no ha ocurrido. Ahora no le puedo contar la historia que tenía pensada. ¿Ve? Eso pasa por no estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Bueno, a cambio, le confesaré que nunca recuerdo lo que sueño. Sin embargo, lo hago frecuentemente desde que le conozco. Y siempre se repite la misma historia. Usted y yo, imagine, cada noche en una ciudad diferente. En lo que va de semana hemos visitado Tokio la exótica, nos hemos enamorado de las playas de Sydney y hemos tenido nuestra dosis de sorpresa con las tiendas de comida de Hong Kong. Ayer íbamos paseando por la calle tras habernos retratado con un grupo de japoneses y, acto seguido, me confesó usted que me quería. ¡Tonterías! Porque, no es cierto que me ame, ¿no? Pero, ¿qué digo? No concederé el beneficio de la duda, es ciertamente imposible. Quiero decir, no puede usted amar a alguien que no conoce. Bueno, está bien, no me mire así. Me conoce de sus sueños. Pero, ¡nada más! ¿Acaso eso implica que sepa usted, con total certeza, que yo soy la mujer a la cual quiere descubrir que el mundo puede ser maravilloso con la canción adecuada? No, no me venga ahora con que eso nunca lo sabe uno. Mire que le he dicho veces que no me haga tener debates trascendentales y filosóficos con usted, sencillamente, porque no me apetece perder. A veces le miro, aunque usted crea que no, y le visto mentalmente. Hoy, sin ir más lejos, lleva usted unos guantes y un gorro de lana. Yo le digo, disimulada, “¿No le gustaría ser un pingüino?”. No, no, no me entiende, responde: “¿Para qué”. Pero yo sé que usted lo sabe, que sólo pregunta por oírlo de mi boca, porque cuando yo le digo: “Por vivir en el Polo Sur, tener frío y excusa para ser abrazado” usted sonríe complacido, gritándome en silencio y a los cuatro vientos palabras que se inventa carentes de un significado que no sea metafórico. “No necesita excusa”, susurra. Y se ríe de mi sonrisa porque dice que no sé reírme del todo, que me quedo como un motor apunto de arrancar. Y de repente usted me mira y yo me siento acariciada, me veo en un autobús dirección kilómetro cero, como en una noria que nosepara. Y cuando duerma con usted y me despierte con ojos de novela de ciencia ficción, nuestros pies establecerán contacto a través de conversaciones genéricas sobre la meteorología del lugar. Saben sus sueños que sólo soy suya siempre, soñando que soy lo que nunca he soñado ser. Suele el suelo silbar cuando usted lo pisa y suben los ascensores hasta el séptimo piso del más alto rascacielos. Explosiones, estrellas, silencios y tú que rompes la puta monotonía de días monocromos.

Atentamente,
Ene de Nadie, de Nunca.